Y tú ¿cómo te llamas?
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Y tú ¿cómo te llamas?
¿Ficción? ¿Realidad? Historia.
En mi pueblo, antiguamente, sucedían cosas raras, o a mí me lo parecen. Os cuento.
Como no había tele, se iba pronto a la cama. Y no sé qué hacían que casi cada año aparecía un nuevo retoño.
Esto no es lo raro, como podéis suponer. Lo anormal venía a la hora de "apuntarlo" en el Registro.
Generalmente iba el padre al ayuntamiento. Menos cuando se ofrecía el tío o el abuelo.
-¿Cómo quieres que se llame?
-Patricio, como en el bautismo, ordenaba el padre.
Y el tío o el abuelo se iban a Boñar a comprar unas madreñas.
Se topaban con el secretario en Casa Blas o en el Central, tomando unos vinos.
-Por cierto, tienes que anotar al nuevo chico de fulano en el Registro.
El secretario sacaba el librito de liar los cigarrillos y en aquel fino papel, apuntaba pocas cosas:
-¿Qué día nació?
-Me parece que antier.
-¿Cómo se llamará?
-Fulgencio, como yo.
-Los demás datos los copio del anterior, concluía el secretario apurando la cuarta ronda.
La sorpresa venía veinte años más tarde cuando el recién nacido hoy, tenía que servir a la Patria.
Resulta que toda la vida le habían llamado "Patri" y en adelante tendría que hacerse llamar "Fulge".
No había ordenadores, ni siquiera máquinas de escribir. Todo se hacía a mano. Hasta cambiar el nombre o alguna letra del apellido.
Y no tenía la culpa el padre, ni el secretario, ni el tío o el abuelo. Ni el niño, por supuesto.
La culpa era del papel de fumar y del lápiz.
En mi pueblo, antiguamente, sucedían cosas raras, o a mí me lo parecen. Os cuento.
Como no había tele, se iba pronto a la cama. Y no sé qué hacían que casi cada año aparecía un nuevo retoño.
Esto no es lo raro, como podéis suponer. Lo anormal venía a la hora de "apuntarlo" en el Registro.
Generalmente iba el padre al ayuntamiento. Menos cuando se ofrecía el tío o el abuelo.
-¿Cómo quieres que se llame?
-Patricio, como en el bautismo, ordenaba el padre.
Y el tío o el abuelo se iban a Boñar a comprar unas madreñas.
Se topaban con el secretario en Casa Blas o en el Central, tomando unos vinos.
-Por cierto, tienes que anotar al nuevo chico de fulano en el Registro.
El secretario sacaba el librito de liar los cigarrillos y en aquel fino papel, apuntaba pocas cosas:
-¿Qué día nació?
-Me parece que antier.
-¿Cómo se llamará?
-Fulgencio, como yo.
-Los demás datos los copio del anterior, concluía el secretario apurando la cuarta ronda.
La sorpresa venía veinte años más tarde cuando el recién nacido hoy, tenía que servir a la Patria.
Resulta que toda la vida le habían llamado "Patri" y en adelante tendría que hacerse llamar "Fulge".
No había ordenadores, ni siquiera máquinas de escribir. Todo se hacía a mano. Hasta cambiar el nombre o alguna letra del apellido.
Y no tenía la culpa el padre, ni el secretario, ni el tío o el abuelo. Ni el niño, por supuesto.
La culpa era del papel de fumar y del lápiz.
Elsidoro- Invitado
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